
Es más valioso tener un alma sana que disfrutar de un cuerpo saludable. De nada sirve estar en buena forma física si, en tu interior, hay dolor, rencor, amargura y heridas profundas del pasado. Aunque parezca complejo, lo que no se sane en tu interior se reflejará en el exterior, causando grandes daños tanto en tu cuerpo como en las personas que te rodean.
Las heridas del alma se asemejan a las heridas físicas: si no se les brinda el tratamiento apropiado, pueden abrirse, causar mucho dolor, infectarse y afectar la salud integral. De la misma manera, si no abordas las heridas en tu alma, podrías experimentar enfermedades mentales, emocionales y, como ya se mencionó, físicas.
Es fundamental comprender que la única fuente que puede sanar tanto el alma como el cuerpo es Jesús de Nazaret. Él es el médico supremo que conoce específicamente tus necesidades y operará conforme a ellas. Permítele que su amor te abrace de manera que puedas ser libre. Tómate un momento para pedirle a Jesús que te sane, si es necesario llorar o gritar, hazlo. Deja de guardar en tu corazón aquello que te daña y no te permite avanzar. Jesús murió para que, mediante su sacrificio, no debas sufrir ningún tipo de dolor. Acepta en este momento los beneficios de su sacrificio y decide caminar en sanidad. Jesús está dispuesto a sanarte, pero debes tomar la decisión de pedírselo y no seguir viviendo con aquello que te lastima. Perdona, pide perdón y cree en lo que el Padre dice sobre ti. Mírate como él te ve y aprende a disfrutar el hecho de que estás vivo. Levántate y sigue adelante, porque Dios no ha terminado su obra en ti. Jesús te dice en este momento: "He aquí que yo traeré sanidad y medicina; los curaré y les revelaré abundancia de paz y verdad" (Jeremías 33.6).