El camino hacia la gloria bíblica siempre contrasta con la gloria del mundo.
Mientras el mundo busca reconocimiento inmediato, Jesús eligió la obediencia silenciosa.
Antes de llegar a la gloria eterna, pasó por el jardín de Getsemaní, donde su alma fue quebrantada.
Ahí entendemos que la verdadera gloria no se mide en aplausos, sino en entrega.
Getsemaní fue el lugar donde Jesús dijo “sí” al propósito, aunque costara dolor.
Y gracias a ese “sí”, hoy vemos que la gloria real es estar eternamente con el Padre.
Su sacrificio nos abre una esperanza viva y un futuro lleno de propósito.
Así, la cruz nos recuerda que la gloria de Dios siempre nace del sacrificio y del amor perfecto.
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El camino hacia la gloria bíblica siempre contrasta con la gloria del mundo.
Mientras el mundo busca reconocimiento inmediato, Jesús eligió la obediencia silenciosa.
Antes de llegar a la gloria eterna, pasó por el jardín de Getsemaní, donde su alma fue quebrantada.
Ahí entendemos que la verdadera gloria no se mide en aplausos, sino en entrega.
Getsemaní fue el lugar donde Jesús dijo “sí” al propósito, aunque costara dolor.
Y gracias a ese “sí”, hoy vemos que la gloria real es estar eternamente con el Padre.
Su sacrificio nos abre una esperanza viva y un futuro lleno de propósito.
Así, la cruz nos recuerda que la gloria de Dios siempre nace del sacrificio y del amor perfecto.
Jesús habló de dos puertas: una ancha, fácil y popular, y otra estrecha, pequeña y poco transitada. La ancha promete libertad, pero deja el alma vacía; la estrecha parece difícil, pero lleva a una vida llena de propósito. Escoger la puerta estrecha es elegir a Jesús, confiar cuando no todo tiene sentido y caminar con fe, no con prisa. No se trata de reglas, sino de relación. De aprender a amar, servir y descansar en Su gracia. Porque lo que el mundo llama pérdida, Dios lo transforma en vida. La puerta estrecha no es un límite, es la entrada a la verdadera libertad.
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El camino hacia la gloria bíblica siempre contrasta con la gloria del mundo.
Mientras el mundo busca reconocimiento inmediato, Jesús eligió la obediencia silenciosa.
Antes de llegar a la gloria eterna, pasó por el jardín de Getsemaní, donde su alma fue quebrantada.
Ahí entendemos que la verdadera gloria no se mide en aplausos, sino en entrega.
Getsemaní fue el lugar donde Jesús dijo “sí” al propósito, aunque costara dolor.
Y gracias a ese “sí”, hoy vemos que la gloria real es estar eternamente con el Padre.
Su sacrificio nos abre una esperanza viva y un futuro lleno de propósito.
Así, la cruz nos recuerda que la gloria de Dios siempre nace del sacrificio y del amor perfecto.