
A veces el desánimo nace cuando fallamos, cuando hacemos justo lo que prometimos no hacer. Así le pasó a Pedro: juró nunca negar a Jesús… y lo hizo tres veces. Lleno de culpa, lloró amargamente. Pero Jesús no lo desechó. Lo restauró con amor.
Dios no se sorprende por nuestras caídas; lo que Él espera es nuestro regreso. El desánimo no es el final, es una invitación a recordar que la gracia de Dios siempre es más grande que nuestro error. El Rey está en control.