
Nadie ve el momento en que entra la herida.
Un pequeño grano, una molestia, algo que no pediste.
Pero la vida —igual que la ostra— te enseña a envolverlo,
capa tras capa, con paciencia y amor.
Lo que un día fue dolor, hoy es belleza.
Lo que un día fue peso, hoy es joya.
La perla no pide permiso para brillar,
simplemente lo hace, porque su valor no depende de las miradas,
sino de lo que logró transformar en silencio.
Tú eres esa perla.
Y cada reto que enfrentas
es solo otra oportunidad para nacer de nuevo,
más fuerte, más hermosa, más tú.