
Este versículo nos recuerda que todo lo que hacemos —ya sea en nuestro trabajo, en el hogar, en la iglesia o en cualquier área de nuestra vida— debe hacerse con excelencia, entrega y sinceridad, no buscando agradar a las personas, sino honrar a Dios. Este tipo de servicio no busca recompensa humana, sino que refleja un corazón agradecido y obediente. Es una manera de rendir culto a Dios a través de nuestras acciones diarias, mostrando que nuestra vida entera le pertenece a Él.