En este capítulo, Maquiavelo advierte al príncipe sobre uno de los peligros más comunes y dañinos del poder: la adulación. Explica que los aduladores corrompen el juicio del gobernante al decirle solo lo que desea escuchar, impidiéndole conocer la verdad.
Para evitar caer en sus trampas, el príncipe debe rodearse de hombres sabios y permitir que hablen con franqueza, pero solo cuando él lo solicite. No obstante, también debe mantener su autoridad, evitando que la libertad de opinión se convierta en desorden.
El equilibrio ideal consiste en escuchar consejos sinceros, discernir con prudencia y decidir con firmeza. Así, el príncipe podrá protegerse de los engaños de la lisonja sin perder el respeto ni la verdad.
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