
En un mundo donde la felicidad parece ser la meta constante, nos vemos inmersos en una cultura que glorifica el "estar bien" a toda costa. Nos bombardean con mensajes que nos dicen que la tristeza es casi una falla, que el enojo debe ser reprimido y que cualquier indicio de vulnerabilidad es una debilidad que debe ocultarse. La sociedad, las redes sociales, y hasta nuestras expectativas de éxito nos han impuesto una idea de perfección emocional que, lejos de nutrirnos, nos desconecta de lo que somos realmente: seres humanos, complejos y llenos de matices.