
Hubo un tiempo en que el mundo miraba hacia el sur.
Y en el corazón de Al-Ándalus, una ciudad brilló como un sol: Córdoba, capital del saber, del arte y del poder.
En el año 929, Abderramán III se proclamó califa, rompiendo con Oriente y afirmando la independencia absoluta de Al-Ándalus.
Desde entonces, Córdoba se convirtió en el centro político y cultural más esplendoroso de Occidente.
Este episodio recorre aquella edad de oro:
la firmeza del califa constructor que levantó Medina Azahara, símbolo de belleza y poder;
la sabiduría de Alhakén II, mecenas de bibliotecas y protector de sabios;
el brillo de una ciudad donde convivían árabes, bereberes, mozárabes y judíos,
y donde el comercio, la ciencia y la poesía florecieron como nunca antes.Pero también hubo sombras: las guerras, las intrigas, el ascenso de Almanzor,
y la lenta descomposición de un imperio que acabaría dividido en los reinos de taifas.Aun así, Córdoba dejó una herencia inmortal.
Su luz fue la de una civilización que unió razón y fe, arte y conocimiento, Oriente y Occidente.
Cuando Europa dormía, Córdoba soñaba con el futuro.