
En las antiguas tierras de Escandinavia, entre montañas nevadas y fiordos oscuros, surgió la leyenda de los Draugr, muertos vivientes que se levantaban de sus tumbas para proteger sus tesoros y vengarse de aquellos que perturbaban su descanso. Estos seres no eran simples fantasmas, sino cadáveres reanimados que conservaban sus cuerpos y poseían una fuerza aterradora.
Los Draugr, según las sagas nórdicas, eran guerreros, reyes y aldeanos cuyas almas corruptas no podían hallar paz en la muerte. Habitaban en sus tumbas, emergiendo en las noches más frías para deambular por las aldeas, causando muerte y destrucción. Se decía que podían cambiar de tamaño, desde colarse por pequeñas grietas hasta alcanzar proporciones gigantescas, acechando a los vivos con su mirada encendida por el odio.
La leyenda más famosa cuenta la historia de Thrainn, un guerrero cruel enterrado en su túmulo con sus riquezas. Semanas después de su entierro, su tumba fue encontrada vacía y los aldeanos comenzaron a ver una figura gigantesca vagando por los bosques. Los animales desaparecían, y quienes osaban acercarse al túmulo nunca regresaban. Los pocos que sobrevivieron narraron encuentros con una monstruosidad que no podía ser derrotada con armas mortales.
A lo largo de los años, la leyenda de los Draugr se convirtió en una advertencia sobre el peligro de la codicia y la venganza, transmitiendo el mensaje de que los muertos no siempre descansan en paz y que aquellos que viven con odio podrían regresar como seres malditos, condenados a caminar eternamente entre los vivos y los muertos.