
«En Paz me acuesto y enseguida me duermo, porque tú solo, Señor, me haces dormir tranquilo».
(Salmo 4)
Me quedé unos instantes pensando, entrando en oración. ¡Qué tranquilidad da saber que estamos en sus manos de Padre!.
De pronto vinieron a mí las palabras de otro salmo: «Yo no pretendo riquezas que superan mi capacidad, sino que acallo y aquieto mi alma, como un niño destetado en brazos de Dios»... El pequeño puede que patalee, pero no se bajará de los brazos de su mamá para irse con un extraño. ¡Qué sabios son los niños, Señor, y qué necios los adultos!. De nuevo, vinieron a mi mente las palabras de Jesús en el evangelio según Mateo, hablándonos de no agobiarnos por un futuro que no sabemos si llegará, por esto y por lo otro, recordándonos que no podemos ni aumentar la estatura, que el Padre cuida hasta de las hierbas, y que nos quiere mucho.
Sé que no es una invitación a la indolencia, a no hacer nada, sino a dejarle hacer a él, a no poner obstáculos a su Gracia y a no tentarlo. Sé que nada malo puede pasar, aunque me parezca malo, si el Padre, Jesús y el Espíritu están ahí. Todo es bueno. Como dijo santa Teresa, «Solo Dios basta».