
El mensaje enfatiza la seriedad con la que Dios ve la obra misionera y el mandato de la Gran Comisión. Se explica que las misiones son “el negocio del Padre”, comparado con una empresa espiritual que busca ganancias eternas: almas salvadas por medio del Evangelio. El predicador exhorta a los creyentes a involucrarse activamente —ganando almas, bautizando a los convertidos y estableciendo iglesias bíblicas— recordando que Dios bendice la obediencia y puede disciplinar la indiferencia.
A través de ejemplos bíblicos como Jonás, la higuera estéril y la historia de Felipe en Samaria, se muestra que la obediencia trae fruto espiritual y expansión del Evangelio. También se advierte sobre los peligros de la vanidad, el amor al dinero y la distracción del propósito eterno.
Finalmente, se motiva a cada creyente a invertir su tiempo, talentos y recursos en la obra misionera, sabiendo que es el negocio más importante del Padre celestial y que tendrá recompensa eterna en el tribunal de Cristo.