
Hoy estaremos leyendo Lamentaciones 1-2, Hebreos 9:11-28 y Proverbios 13:1-10. En Lamentaciones 1 y 2, el profeta Jeremías expresa su dolor al ver Jerusalén destruida. La ciudad que antes rebosaba de vida ahora está vacía y en ruinas. “Cómo ha quedado sola la ciudad populosa”, dice el primer verso, describiendo la desolación del pueblo que fue infiel a su Dios. Lamentaciones no es solo un libro de tristeza, es una confesión profunda de cómo el pecado trae consecuencias reales. Dios había advertido muchas veces, pero el pueblo no escuchó, y ahora el lamento es inevitable. En el capítulo 2, Jeremías reconoce que fue el Señor quien permitió la caída, no por crueldad, sino por justicia. El dolor de ver el templo destruido y a los niños padecer hambre revela el peso del juicio, pero también el corazón de un Dios que anhela restaurar.Aun en medio del llanto, se percibe una esperanza: si el castigo vino por la desobediencia, la restauración vendrá por el arrepentimiento. Dios no se complace en el sufrimiento, sino que lo usa para volver a atraer el corazón de su pueblo hacia Él.Reflexiona: ¿Has reconocido a Dios incluso en tus tiempos difíciles? ¿Estás dejando que tus momentos de dolor te acerquen más a Él o te alejen de su propósito?
En Hebreos 9:11–28, se revela con claridad la grandeza del sacrificio de Cristo. Mientras que el antiguo pacto se sostenía con sacrificios repetidos y rituales externos, Jesús, como Sumo Sacerdote perfecto, entró una sola vez al Lugar Santísimo con su propia sangre, obteniendo redención eterna. “Cristo no entró en un santuario hecho por manos humanas… sino en el cielo mismo, para presentarse ahora por nosotros ante Dios.” Su sacrificio no solo cubre el pecado, sino que lo elimina. Por medio de su muerte, inauguró un nuevo pacto y nos purificó de una vez para siempre.El pasaje concluye con una verdad solemne: “Así como está establecido que los hombres mueran una sola vez, y después venga el juicio, también Cristo fue ofrecido una sola vez para quitar los pecados de muchos.” Ya no hay necesidad de más sacrificios ni de intermediarios, porque Jesús mismo es nuestro mediador eterno. Reflexiona: ¿Estás viviendo como alguien verdaderamente redimido? ¿Has aceptado el valor completo del sacrificio de Cristo o aún vives tratando de ganarte lo que Él ya pagó por ti?
En Proverbios 13:1–10, la sabiduría contrasta la actitud del sabio y del necio. “El hijo sabio atiende a la corrección de su padre, pero el insolente no hace caso a la reprensión.” Escuchar consejo es señal de humildad; rechazarlo, de orgullo. El justo cuida sus palabras, pero el necio se destruye con su lengua. “El que guarda su boca, guarda su vida; pero el que mucho abre sus labios, acaba en ruina.” También enseña que la diligencia trae provisión, mientras que la pereza produce escasez. La sabiduría de Dios no solo se refleja en grandes decisiones, sino en la forma en que hablamos, trabajamos y escuchamos.