
Este pasaje nos ofrece una visión profundamente esperanzadora y simbólica sobre el fin de los tiempos y la renovación de toda la creación. San Juan, en su revelación, contempla el "cielo nuevo y tierra nueva" y la "nueva Jerusalén", una ciudad gloriosa que desciende del cielo, preparada como una esposa para Cristo. Esta imagen de la ciudad santa representa la perfección del Reino de Dios, un lugar donde Él estará en comunión plena con su pueblo, habitando entre ellos y dando consuelo eterno. La promesa de Dios de “enjugar toda lágrima” y eliminar la muerte, el llanto, y el dolor es el núcleo de la esperanza cristiana. Todo sufrimiento y mal que se conocen en esta vida pasarán, pues “las primeras cosas han dejado de existir.” Esta visión nos recuerda que Dios es “el Alfa y la Omega”, el Principio y el Fin, quien tiene el poder de hacer “nuevas todas las cosas” y de conceder la vida eterna a sus hijos.