En el año 1775 Francisco de Goya se marchó a Madrid para trabajar en la corte iniciando una aventura que le llevaría con los años, y tras mucho trabajo, a lograr un gran ascenso profesional y social que le convertiría en el pintor más demandado de la corte y en uno de los mejores pintores de la historia. Sin embargo, en los siguientes 15 años no sólo conoció el éxito llegando a convertirse en pintor de cámara del rey Carlos IV, sino también algunos sinsabores tanto en Madrid como en Aragón, de donde se acabó marchando resentido por el trato que se le dio cuando pintó su gran obra del Pilar de Zaragoza, el Regina Martyrum.