
En la vida, somos como viajeros en un tren que avanza implacablemente por los rieles del tiempo. En un vagón, se sientan aquellos que valoran cada paisaje que pasa, cada estación que visitan. Miran por la ventana y admiran la belleza efímera del mundo exterior, conscientes de que cada momento es único. Aprecian lo que tienen y exprimen la vida como quien exprime un jugoso fruto, saboreando cada gota de dulzura.
Pero en otro vagón, viajan aquellos que parecen mirar con ojos vendados. No aprecian los paisajes ni las estaciones, porque están ensimismados en lo que no tienen. Su mirada se pierde en la obsesión por lo que falta, por lo que está más allá de sus manos. Y así, el tiempo avanza sin que puedan ver su belleza, sin que puedan disfrutar del ahora.
La lección es clara: valorar lo que tenemos en este instante, en este vagón del tiempo que no espera. Aprovechar cada oportunidad para ser conscientes de las bendiciones que nos rodean, por pequeñas que sean. La felicidad no siempre reside en lo que falta, sino en el arte de saborear lo que ya tenemos. Mientras observamos por la ventana de nuestra existencia, recordemos que el tiempo es el tren que nunca se detiene, y cada estación es una oportunidad única para valorar, vivir y amar.