
¿Alguna vez has sentido que otros avanzan más rápido que tú?
¿Has mirado lo que otro logra y te has sentido insuficiente o rezagado?
Tranquilo… todos hemos estado ahí. Pero hoy el Señor quiere recordarte algo poderoso: Tú no fuiste llamado a competir, sino a florecer.
Bienvenidos a un nuevo episodio
Hoy quiero hablarte de eso que muchas veces nos roba la paz y nos frena en nuestro propósito: la comparación.
Vivimos en un mundo donde es fácil comparar nuestro proceso con el de otros. Las redes sociales nos muestran logros, victorias, éxitos… y sin darnos cuenta empezamos a medir nuestro valor según lo que otros hacen o tienen.
Pero 1 Corintios 3:8 nos recuerda:
“Cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor.”
Eso significa que Dios ve tu esfuerzo personal, tu siembra, tu fidelidad, aunque nadie más la aplauda.
Él no te evalúa por los frutos de otro, sino por la semilla que pusiste en Sus manos.
A veces el terreno donde siembras parece más seco, o tu cosecha tarda más… pero el mismo Dios que hizo florecer el jardín del otro, también hará florecer el tuyo, a su tiempo.
La comparación distorsiona la visión. Te hace olvidar que el llamado de Dios es único.
Él no necesita dos versiones de la misma persona.
Necesita tu voz, tu historia, tu manera de amar, servir y creer.
Cuando te comparas, dejas de mirar a Cristo y comienzas a mirar a los hombres.
Pero cuando te enfocas en el propósito que Él te dio, descubres que no estás detrás de nadie: estás justo en el lugar donde Dios te quiere formar.
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