
Servimos a Dios al servir a otros.
El mundo define la grandeza en términos de poder, posesiones, prestigio y posición. Si usted puede exigir el servicio de otros entonces ha llegado a la cumbre. En nuestra cultura egoísta, con su mentalidad de yo primero, actuar como siervo no es un concepto popular.
Jesús, sin embargo, midió la grandeza en términos del servicio, no del status. Dios determina la grandeza de usted por medio de cuánta gente sirve, no de cuánta gente le sirve. Esto es tan contrario a la idea de grandeza que tiene el mundo, que tenemos dificultades en entenderlo y ya no digamos en practicarlo. Los discípulos discutieron entre sí sobre de quién se merecía la posición de más prominencia, y, 2,000 años más tarde, líderes cristianos todavía siguen compitiendo por cómo obtener una posición y prominencia en las iglesias, denominaciones y ministerios paraeclesiásticos.
Miles de libros han sido escritos acerca del liderazgo, pero muy pocos acerca del servicio. Todos quieren ser líderes; nadie quiere ser siervo. Preferimos ser generales que soldados comunes y corrientes. Incluso los líderes cristianos quieren ser "siervos-líderes", no sólo simples siervos. Pero para ser como Jesús tiene que ser un siervo. Así fue como El se refirió a sí mismo.