
El castigo de Uza es una de las historias más desconcertantes de la Biblia, pero también una de las que revelan más claramente el carácter santo de Dios y el privilegio que implica estar en su presencia. Uza acompañaba a David en el traslado del arca, y aunque su acción parecía bien intencionada —impedir que cayera al suelo— fue severamente castigado por tocar lo que era sagrado. Lo que comenzó como una celebración terminó en juicio, dejando una profunda marca en la conciencia espiritual del rey y del pueblo. Este pasaje nos muestra que Dios ha elegido revelarse por medios visibles, pero eso no disminuye la seriedad de su santidad ni nos da libertad para modificar lo que Él ha establecido. Su presencia exige reverencia, y su relación con nosotros está siempre mediada por una obediencia estricta a sus instrucciones. Dios es santo, y debemos acercarnos a Él en sus términos, no en los nuestros.