
hablamos de un publicano invitando a Jesús a cenar a
su casa, quedando demostrado con esto la grandeza de su misericordia. Pero allí estaban también
los fariseos, quienes eran algo así como la antítesis de la bondad. Y la ironía de este nuevo pasaje
es ver a un fariseo invitando a Jesús a comer en su casa. No sabemos si Simón estaba dentro del
grupo de los murmuradores de oficio en la cena de Mateo, pero aquí lo vemos invitando a Jesús a
una cena en su casa. Por supuesto que los resultados de esta cena serán muy distintos a la
anterior. De hecho, no tuvo la intención de la cordialidad, el reconocimiento o la gratitud. No
sabemos mucho acerca de este hombre; y tampoco sabemos por qué Simón invitó a Jesús a
cenar, sin embargo, Jesús no rechazó la invitación. Varias cosas van a ser sorprendentes en el
pasaje. Por un lado, vamos a ver la osadía de una mujer pecadora entrando a ese lugar sin ser
invitada, y exponiéndose a todas las críticas y murmuraciones del anfitrión y de los demás
presentes. Pero sobre todas las cosas, esta historia nos sigue mostrando el lado tan humano de
nuestro Señor Jesucristo, descendiendo y atendiendo a todos. Notaremos cómo Jesús encaró las
intenciones de este fariseo, aun sabiendo de sus prejuicios y el odio que ya tenían hacia él. Al
final nos encontramos en esta historia con alguien que permitió a Jesús entrar en su casa, pero no
le permitió entrar a su corazón porque llegó a ser un mal anfitrión; pero a su vez, nos
encontramos a una mujer siendo muy pecadora, convirtiéndose en a la mejor anfitriona, frente al
desplante de Simón.