
Éxodo 32–34 narra el becerro de oro, la justa ira de Dios y la intercesión de Moisés. En tres momentos claves, Moisés apela a la reputación de Dios, a su pacto y a su compasión. Dios “cambia” el curso (en lenguaje humano) sin dejar de ser inmutable, porque responde soberanamente a la responsabilidad y al arrepentimiento de las criaturas. El clímax llega cuando Dios se revela (Ex 34:6–7): misericordioso y justo. Moisés prefigura a Cristo, el Intercesor perfecto y sustituto verdadero. La iglesia es llamada a “pararse en la brecha” e interceder con osadía, empatía y perseverancia por un mundo idólatra.