
En el 325 d.C., el Concilio de Nicea afirmó la revelación de las Escrituras respecto a que Jesús era verdaderamente Dios. Luego, en el 451 d.C., el Concilio de Calcedonia acordó que Jesús era a la vez humano y divino, con la implicación de una “unión hipostática” de las dos naturalezas sin confusión, sin cambio, sin división y sin separación. El Credo de los Apóstoles (siglo V d.C.) entonces declara: “Creo en Jesucristo, su Unigénito Hijo, nuestro Señor, que fue concebido del Espíritu Santo, nacido de la virgen María”. En otras palabras, la unión hipostática consiste de las dos naturalezas de Cristo en una persona teantrópica (Dioshombre). Esta unión mantiene la deidad de Cristo sin menoscabo y su humanidad no exaltada.