Hay un concepto bíblico que tiene que ver con el juicio del hombre y el juicio de Dios. Pues como seres hipócritas que somos, tendemos a juzgar, y hasta condenar en otros las mismas cosas que nosotros hacemos también.
Los pecados propios son tolerables, pues son meros “tropiezos”, o “flaquezas”, pero cuando vemos esos mismos pecados en otros, rápidamente tomamos el lugar de juez, señalamos y pasamos sentencia sobre aquellos que, según nosotros bien entendemos, han pecado contra Dios.
Ahora bien, Jesús nos advierte severamente a no juzgar a otros (arrogándonos tener la sabiduría, santidad y pureza de Dios), pues el Juez de toda la tierra sin duda hará lo que es correcto y justo, y pasará juicio sobre nosotros utilizando la misma vara que nosotros mismos utilizamos sobre otros.
Pues si tuvimos a bien alzar nuestra mano en juicio contra otros, significa que nosotros mismos sabemos bien lo que es correcto y lo que no. Entendemos lo que está bien y lo que está mal. Tenemos entendimiento. Si tuvimos bases suficientes para pasar juicio sobre otros, significa que tenemos bases suficientes para examinar nuestra propia vida.
Pero es mucho más fácil ver los problemas de otros, y examinar el pecado de otros, y pasar juicio sobre otros, que tomar la biblia, y dejar que ella refleje los pecados más íntimos de nuestro corazón, y permitir que el espíritu Santo obre en nosotros una verdadera obra de transformación.
Es más fácil utilizar la biblia como espada contra otros, que utilizarla como espejo para vernos a nosotros mismos.
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