
Uno de los conceptos con los que el ser humano lucha constantemente, es la idea de que todo lo que Dios hace, decreta, dispone… Tiene como único propósito, glorificar la grandeza de Dios.
Toda la obra salvífica de Dios ronda en torno a la glorificación de su nombre, a la reivindicación de su santidad, y a la exaltación de su persona.
Que toda la obra de salvación que Dios se dispone hacer por el pecador sea simplemente para traer gloria para sí mismo, y no tanto por nosotros. Que toda la gracia y la abundancia de la misericordia de Dios, que nosotros disfrutamos todos los días, son un efecto secundario a Dios glorificando su propio nombre, no es un concepto que nos guste tanto considerar.
Como lo dice nuestro texto de hoy:
“Y si nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será injusto Dios que da castigo? Pero si por mi mentira la verdad de Dios abundó para su gloria, ¿por qué aún soy juzgado como pecador?”