El verdadero amor a Dios no se queda solo en palabras o emociones; se manifiesta en acciones. Obedecer a Jesús es la evidencia más clara de que nuestro corazón le pertenece. Su voluntad es buena, perfecta y llena de vida, y cada paso de obediencia nos acerca más a Él.

Cuando obedecemos, demostramos confianza, rendición y gratitud. Dios no busca perfección, sino corazones dispuestos a seguirle. La obediencia abre puertas a bendiciones, paz y propósito.

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