En la superficie, un hombre común: café por la mañana, caminata al trabajo, charlas triviales . Pero tras esa rutina, un asesino oculto. Cada víctima, envuelta bajo su manta, .cada gesto cotidiano, un velo que escondía el horror
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Una boda de ensueño se convirtió en una escena de horror. Horas después de decir “sí, acepto”, Kelly Ecker fue asesinada a sangre fría por su esposo, George Samson. Este episodio reconstruye los últimos momentos de Kelly, las llamadas al 911 que estremecieron a todo un país, y la oscura historia detrás de este caso real de true crime.
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In the 1970s, through the corridors of Los Portales in Mexico City, a story spread like wildfire: a tamale vendor who was hiding more than just meat in her pots. Rumors of fingers, entrails, and secrets wrapped in corn husks turned her food stand into an urban legend. What truth lay behind those tamales? Today, we unearth the dark case file of La Tamalera de los Portales.
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I’ve never liked pork; it’s hard for me to chew, it clogs my throat, and lingers in my stomach for days. It weighs heavy in my belly like my husband’s clumsy body over mine each night. In my porteña home, All Saints’ Day was a feast of contrasts: corn tamales, sweet dough with a spicy heart. The mix of sweet and savory enthralls me; that duality seduced me into marriage. My skin, too sugary, longed for the salt of his kisses to keep from succumbing to the ants of loneliness. How naïve I was. Today, my hands taste of bile and disillusion.
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En los años 70s, entre los pasillos de los Portales de CDMX, una historia comenzó a correr como pólvora: una tamalera que escondía algo más que carne en sus ollas. Rumores de dedos, vísceras y secretos guardados entre hojas de maíz convirtieron su puesto en leyenda urbana. ¿Qué había de verdad detrás de esos tamales? Hoy desenterramos el expediente oscuro de la tamalera de los Portales.©[2025] [Al toque de la Una]. Todos los derechos reservados. El contenido de este podcast, incluyendo audio, guiones y cualquier material adicional, está protegido por leyes de propiedad intelectual. No se permite la reproducción, distribución o modificación de este contenido sin el permiso expreso de Al toque de la Una. Gracias por respetar nuestro trabajo y por escucharnos. Nos vemos en el próximo episodio.
Las luces trazan un mapa contemporáneo donde nuestro idilio emerge radiante como la primavera. Recuerdo cada capital, cada noche compartida, cada vez que se mecruza el reflejo fragmentado en los cristales de los edificios. Mariposas revoloteando en el estómago, fotografías que nunca existieron más que en nuestra memoria. La ciudad, testigo implacable, guarda nuestros secretos entresus arterias de hormigón y electricidad. Felicidad, brillando en el instante pasajero de la noche y extinguiéndose, como uno más de los anuncios publicitario en las pantallas gigantes. Felicidad clandestina.
*Recomendación de la autora: acompaña este cuento con This Mess We´are In, de música de fondo.
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¿Puede una fracción de segundo cargar tanto peso? Por alguna razón presintió que algo andaba mal. La llamada duró apenas unos minutos, sin embargo, los sentimientos provocados fueron un torrente incontrolable de emociones violentas que se derramaron como leche hirviendo: la ira se encendió como una chispa en su pecho; el miedo la envolvió; la frustración la ahogó, y el dolor la atravesó como un puñal.
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Después de una larga pausa, regresamos. Elena, de momento.
Gracias por la espera, por las preguntas, por seguir ahí. Aún no damos con la fórmula para crear relatos como si fueran churros, pero en eso estamos!
Solo junto a Fabienne aprendería a escuchar los ritmos africanos con las caderas bien abiertas y los ojos bien cerrados, a distinguir entre las especias marroquíes y asaborear un Hemingway al atardecer como quien asiste a un duelo de honor, a sumergirse en Sade antes de dormir como quien se prepara para una guerra, y a reconocer en Safo la única religión posible para saberse mujer. Fabienne era menuda de estatura, con pechos de niño, el cabello ondulado y rebelde siempre fuera de lugar, ojos transparentes y sonrisa de niño travieso.
*Recomendación de la autora: acompaña este cuento con En la Ciudad de la Furia, de Soda Stereo como música de fondo.
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La historia se repite con precisión de relojero: los españoles zarparon con sus arcas llenas de oro y plata, con nuestro cacao y café, con nuestros dioses convertidos en polvo bajo sus botas. Dejaron viruela, hijos bastardos, corazones rotos y una fe impuesta a punta de espada. Se fueron una mañana cualquiera, sin mirar atrás, sabiendo que volvían a casa. Y así te vas tú también, dejándome la cama vacía como un templo saqueado, la mente perdida en un laberinto de "y si hubiera", el vientre aún tibio con tu semilla que, como la de tus antepasados, no echará raíces en esta tierra.
*Recomendación de la autora: acompaña este cuento con 3 Libras, de A Perfect Circle , de música de fondo.
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La vida no es más que una sucesión de rituales. Rituales de amor, de dolor, de pérdida. Rituales que nos definen, que nos consumen, que nos salvan o nos destruyen. El dolor de una mujer traza imperios invisibles. Un suspiro desmorona más que gritos, una lágrima hiere más que un puñal. La madre de Elena marcaba a sus hijas con el pecado de Eva: ser mujer como un territorio siempre en guerra, siempre a punto de ser invadido. Elena lo sabía, a ella, más que nadie la partida del padre le marcó moretones en el alma. Le secó el corazón: se lo cristalizó para siempre. Aquel abandono la dejaba a ella agonizando en un Camelot en ruinas.
*Recomendación de la autora: acompaña este cuento con Rosa...Rosa, de Sandro de América , de música de fondo.
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Me gusta el olor de los cementerios; imposible de atrapar con los dedos, el bastardo se fuga cuando nos damos cuenta estamos vivos y permanece sólo para las tumbas, se presiente su eternidad escatológica en las huellas de las flores marchitas, en las figuras inmutables de vírgenes hedonistas, ángeles crueles, Cristos envejeciendo en su silencio.
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Esta noche estoy aquí, convertida en lo que juré no sería jamás, buscando respuestas en el mismo infierno que me generó esta duda. Me he puesto el disfraz del enemigo: la minifalda, el maquillaje, los tacones. La ironía no se me escapa: me he convertido en una investigadora de mi propia tragedia familiar. Esta noche no busco el amor ni la aventura: busco comprender la naturaleza de ese sin sentido, ese virus que infectó a mi padre y amenaza con contaminar mi propia visión del mundo.
*Recomendación de la autora: acompaña este cuento con The Noose, de A Perfect Circle, de música de fondo.
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Una mosca vuela hasta la ventana percudida, se para sobre el cristal, quiere ir más allá de él. Aletea, empuja su cuerpo desesperadamente.
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Nunca me ha gustado la carne de cerdo, me cuesta masticarla, se atasca en mi garganta y me queda en el estómago durante días. Me pesa en el vientre como el cuerpo torpe de mi marido sobre el mío cada noche. En mi casa porteña, el Día de Todos los Santos era un festín de contrastes: tamales de elote, masa dulce con corazón picante. La mezcla de dulce con salado me apasiona, esa dualidad me sedujo al matrimonio; mi piel, demasiado azucarada, anhelaba la sal de sus besos para no sucumbir a las hormigas de la soledad. Qué ingenua fui. Hoy, mis manos saben a bilis y desengaño.
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Le gustaba acompañar a su mamá, al mercado, cada tarde; en especial, cuando el aire cambiaba y era más ligero y húmedo, en ocasiones, se condensaba sobre las calles, en una niebla espesa e inmóvil, que se rompía como un algodón de azúcar, cuando la atravesabas. A lo lejos, vislumbraba las flores naranjas y púrpuras que moteaban las paredes grises del mercado San Pascual. En el frente, había camiones de redilas estacionados, cargados de flores, para despacharlas a las marchantas, y de ellos, se desprendía un polvo colorido que revoloteaba en el ambiente, y se mezclaba con un aroma; ese olor que le recordaba al cementerio, a las lágrimas, especialmente, las de su madre cuando sepultaron a su abuelita, doña Meche.
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Gertrudis nació con ese don, o maldición quizás, de multiplicar ciertos placeres hasta el infinito. Desde la más tierna infancia, experimentaba epifanías en la punta de la lengua, pequeños espasmos de gloria que nacían del simple acto de morder un trozo de chocolate.
*Recomendación de la autora: acompaña este cuento con Glory Box, de Portishead de música de fondo.
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Ahora, ese vacío, ya no era únicamente, un extraño acompañante, era la muerte. Recordé el día en que me marché, pero no quería ser como mi madre, no podía heredar esa indiferencia, seguir reproduciendo el hartazgo. La tormenta se intensificó. La electricidad se fue, porque un rayo destruyó la instalación eléctrica, y su resplandor azul metálico se coló por cada grieta de la casa; repentinamente, me sentía asustada de morir desnuda; así que corrí a mi alcoba y me puse el primer vestido que encontré, resulta que fue el que usé cuando conocí a Raúl.
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Por primera vez, Carmela había encontrado su hogar, y ese hogar tenía nombre: Rodolfo. Así, en el vaivén constante entre el silencio y el bullicio, entre la quietud y el movimiento, Carmela y Rodolfo habían forjado un equilibrio perfecto. Ella era el viento que soplaba con fuerza, trayendo consigo el cambio y la novedad; él, la roca inamovible que ofrecía estabilidad y constancia. Juntos, habían creado un mundo propio, un universo donde el amor se manifestaba tanto en las palabras como en los silencios, tanto en los grandes gestos como en las pequeñas miradas cómplices. *Recomendación de la autora: acompaña este cuento con Malagueña Salerosa, de Chingón de música de fondo.
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