Podcast asociado al blog "Arte de Prudencia", de Antonio Quirós. Un blog que aúna colaboraciones de más de cuarenta años y que se configura como un cajón de sastre, donde con la disculpa del título basado en Baltasar Gracián, se habla de política, de filosofía, de sociedad, de cine, de literatura y dios sabe de cuántas cosas más. Además, por supuesto, de abordar aspectos biográficos.
Podcast asociado al blog "Arte de Prudencia", de Antonio Quirós. Un blog que aúna colaboraciones de más de cuarenta años y que se configura como un cajón de sastre, donde con la disculpa del título basado en Baltasar Gracián, se habla de política, de filosofía, de sociedad, de cine, de literatura y dios sabe de cuántas cosas más. Además, por supuesto, de abordar aspectos biográficos.
Vamos a continuar hoy con la reflexión acerca del Estado en el mundo actual. Una evolución que nos lleva a detectar cosas como la hiperregulación y el exceso de fiscalidad que no se gasta en servicios básicos sino en lo que perpetúa y hace crecer al Estado. Ante este escenario hoy terminaremos de perfilar algunas cuestiones, además de tratar de establecer nuestro punto de vista sobre como revertir esta situación.
Mi interés por los temas sociopolíticos y mi adscripción a alguna causa comenzó a mis dieciséis o diecisiete años acercándome a las teorías anarquistas. Yo venía del mundo de la juventud contracultural del momento, los sucios hippies amantes de la música yankee. Los que amábamos la literatura y la forma de vida de la beat generation. Los que pasábamos el día oyendo rock and roll. Mi punto de vista sobre el Estado estaba muy influenciado por este tipo de movimientos.
Mi padre siempre mantuvo una interesante afición por los números. De joven tenía una libreta donde apuntaba cada día, entre otras cosas, el salario que cobraba. De viejo, tenía un librito donde apuntaba todos los resultados de la liga de futbol, cada semana, de cada temporada.
A veces, en la mañana, mientras alojo mis posaderas sobre el inodoro a fin de depositar en él ciertos elementos que mi organismo ha generado el día anterior, me da por echarle un ojo a algunas redes sociales. Realmente, he de confesar que más allá de algún interesante comentario, suelo encontrar bastantes cosas insulsas, además de una buena colección de mamarrachadas repetitivas, predecibles. Y, desde luego, muy, muy poco útiles para el buen desarrollo intelectual de mi psique o de la de cualquier congénere mío.
Pocos pondrían en discusión que John Ford o Francis Ford Coppola son dos de los más grandes directores de la historia del cine. Su cine es épico, genera emoción. Y lo hacen ambos creando ARTE, así, con mayúsculas. Arte que trasciende lo políticamente correcto, arte que se centra en difundir lo que la capacidad creativa de ambos directores les sugiere en cada momento. No importa que el discurso de Ford sobre las actuaciones de la Caballería americana hoy se considere reaccionario. O que en El Padrino, Ford Coppola construya una historia donde llega a hacernos empatizar con Vito y Michael Corleone, un par de asesinos irredentos. Mis escasos lectores habrán deducido ya que hoy voy a hablar de cine. Y lo haré a través de una de nuestras últimas películas que está generando una fuerte polémica, La infiltrada, de Arantxa Echevarría.
Tenía yo una tía abuela, Bernabela era su nombre, que tenía un gran sentido del humor. Una de las facetas en las que este se mostraba era poniendo motes a cuanto bicho viviente aparecía delante de ella. Y, no sé por qué, dentro de mi faceta nostágica y recordadora hoy han aparecido en mi cabeza estos dos motes que mi divertida tía le podía a sendos personajes de la televisión de los años sesenta.
Reseña de "Hijos de un mismo sol" de Javier Maura. Una magnífica novela que se desenvuelve en el Madrid sitiado por las tropas de Franco.
La Cala de Mijas, uno de mis lugares en el mundo, junto con la comarca de Barco de Ávila y con Madrid. Estamos ante aquellos donde he pasado las mejores horas de mi vida. El puente de la Constitución (para otros es el de la Inmaculada, pero para mí, claramente, es el de la Constitución). Por no sé qué extraña conjunción estelar casi todos los años, en estos días, aquí hace un tiempo de sol otoñal incomparable con cualquier otra sensación de plenitud y equilibrio. Frente a mi ventana podría ver la terraza mi amigo Manolo con su banderón español luciendo a todo trapo o con el himno nacional sonando en su teléfono cada vez que alguien le llama. No soy de banderas ni de himnos, pero siento una especial tranquilidad cuando veo frente a la mía, la casa de Manolo y Pilar.
Ayer, en una de esas estupendas entrevistas con las que aún nos complace RTVE, la polifacética (no sé llamarla de otro modo) Ayanta Barilli decía que escribir le servía para detener el tiempo. ¡Qué magnífica reflexión! Y que al pelo me viene sobre el momento y las cosas que estoy viviendo. ¡Detener el tiempo!.
Si te encuentras cercano a mí en edad y condición, es bastante probable que coincidas conmigo en que ese tremendo hilo pasional se va desvaneciendo con la edad. Del apego vamos pasando al desapego.