
La esterilización voluntaria se presenta muchas veces como una opción “práctica” para planificar la familia, bajo el argumento de que “no es aborto” y “nadie muere”. Sin embargo, la Iglesia Católica enseña que, aunque no es tan grave como el aborto, la esterilización directa tiene implicaciones morales serias.
Hoy en día es uno de los métodos más usados a nivel mundial, especialmente en mujeres, mediante la ligadura de trompas. En los hombres, la vasectomía es más sencilla y con menos riesgos médicos. Ambas, sin embargo, suelen ser permanentes y, aunque en algunos casos es posible revertirlas, el proceso es complicado.
Es importante diferenciar la esterilización indirecta —cuando es consecuencia no deseada de una cirugía para salvar la vida, como extirpar un tumor— de la esterilización directa, cuyo único fin es evitar hijos sin justificación médica. El Catecismo (n. 2297 y 2399) condena la esterilización voluntaria directa de personas inocentes, considerándola contraria a la ley moral.
Los papas, desde Pío XI (Casti Connubii), Pablo VI (Humanae Vitae) y San Juan Pablo II (Evangelium Vitae), han reiterado que la esterilización rompe la unidad entre el aspecto procreativo y unitivo del acto conyugal y forma parte de políticas de control demográfico contrarias a la vida.
La Iglesia no desconoce que existan motivos legítimos para espaciar o evitar embarazos, pero ofrece alternativas moralmente aceptables como la planificación natural de la familia, con eficacia comparable a los métodos anticonceptivos y en plena armonía con la dignidad del matrimonio.