
La infertilidad afecta a aproximadamente una de cada seis parejas en Estados Unidos y sus causas son variadas: edad avanzada, enfermedades de transmisión sexual, obesidad, problemas anatómicos u hormonales, estrés, entre otros. Aunque el deseo de tener hijos es legítimo, el fin no justifica los medios. La Iglesia recuerda que existen caminos moralmente lícitos para buscar la concepción y otros que no lo son.
Existen tratamientos aceptados —como cirugías para corregir problemas anatómicos, medicamentos hormonales o el uso de métodos naturales para identificar los días fértiles— que respetan el orden natural de la procreación. Sin embargo, la fecundación in vitro (FIV) plantea graves problemas éticos. Este procedimiento une óvulo y espermatozoide fuera del cuerpo materno, y con frecuencia implica la creación de varios embriones, de los cuales algunos son descartados o congelados indefinidamente. Estos embriones son seres humanos con dignidad propia, no “material biológico sobrante”.
La FIV también abre la puerta a prácticas como el vientre de alquiler, la concepción sin vínculo matrimonial o el uso de gametos de donantes anónimos, desdibujando el sentido de la familia y del acto conyugal. Además, genera conflictos legales y personales, como disputas por la custodia de embriones tras divorcios.
La enseñanza católica es clara: los hijos no son un derecho exigible, sino un regalo de Dios. Cuando se han agotado todos los medios morales para concebir, la adopción es una alternativa noble que respeta la vida y ofrece un hogar a niños que lo necesitan. Alterar el plan de Dios mediante métodos que destruyen vidas humanas no conduce a la verdadera felicidad y puede traer sufrimiento a inocentes.