
Los avances médicos permiten hoy prolongar la vida con tecnología como los ventiladores o los cuidados intensivos. Sin embargo, cuando una enfermedad es terminal y ya no hay posibilidad de recuperación, estas medidas pueden alargar el sufrimiento en lugar de brindar alivio.
Por eso existen los Testamentos de Vida (o directivas anticipadas) y el Poder Notarial de Salud. Ambos documentos permiten expresar con claridad nuestros deseos sobre tratamientos médicos cuando ya no podamos decidir por nosotros mismos. Un paciente joven, por ejemplo, puede querer que se haga todo lo posible por salvarle la vida. En cambio, alguien con una enfermedad terminal podría pedir ser acompañado con cuidados paliativos y dejar partir su alma en paz.
La Iglesia Católica enseña que la muerte es la separación del alma y el cuerpo, y que se debe respetar la dignidad de la persona hasta el final. No se deben usar estas herramientas para acelerar la muerte o promover la eutanasia, sino para evitar intervenciones desproporcionadas que solo prolonguen el dolor.
Lo esencial es decidir con prudencia, amor y fe, acompañados de la familia, el médico y el guía espiritual. Un testamento de vida redactado con serenidad es una expresión de confianza en Dios, que nos llama a cuidar la vida sin aferrarnos a ella cuando Él dispone recibirnos.
Dejar morir en paz también es una forma de vivir con fe.