
A veces no nos eligen. Duele, pero es una oportunidad de redirección: una señal que nos devuelve a lo que somos, a los espacios donde sí hay reciprocidad y sentido.
Aceptar que no siempre seremos elegidos no es resignarse, es reconocer la información que el "rechazo" trae y usarla para alinearnos mejor con nuestro propio camino.