
Yo tenía otra adicción que era igual de nociva, o peor que cualquiera de las otras. Era adicto a mi odio, a mi ira, mi rencor y todo lo que desde allí se desprende. Esos venenos se habían convertido en los mecanismos de defensa de mi elección. Eran las armas que había creado y labrado desde pequeño para defenderme de este mundo espinoso, de este mundo hostil y difícil, y no me atrevía a soltarlas por miedo a ser herido de nuevo.