Durante décadas, los antibióticos fueron el milagro de la medicina moderna. Con ellos, la humanidad creyó haber vencido a su enemigo invisible. Pero los microbios… aprendieron
Un descuido en un laboratorio cambió la historia de la medicina. Un hongo que cayó donde no debía… abrió la puerta a la era de los antibióticos.
Un simple corte con un clavo oxidado puede ser la puerta de entrada a uno de los venenos más potentes del planeta. Un microbio que provoca la llamada ‘sonrisa sardónica’: la mueca mortal del tétanos.
Una simple pastilla ha salvado a millones de personas de la ceguera y la filariasis. Pero hoy, la ivermectina se estudia con un propósito aún más ambicioso: cortar de raíz la transmisión de enfermedades como la malaria.
En las orillas de los ríos de África y América Latina, un diminuto insecto transporta un enemigo que roba la vista: un gusano microscópico llamado Onchocerca volvulus.
Hong Kong, verano de 1894. Una epidemia de peste arrasaba la ciudad. Las calles estaban llenas de cadáveres, el miedo se extendía, y un joven médico franco-suizo se preparaba para un descubrimiento que cambiaría la historia: Alexandre Yersin.
Durante la Primera Guerra Mundial, los soldados temían no solo a las balas y al gas…sino también a una fiebre misteriosa que los tumbaba en las trincheras.
Estamos acostumbrados a pensar en los virus como causantes de resfriados, diarreas o fiebres pasajeras. Pero algunos han desarrollado un poder mucho más inquietante: provocar cáncer.”
Un virus diminuto, transmitido en silencio en las relaciones sexuales, puede tardar décadas en mostrar su verdadero rostro: el cáncer. Es el virus del papiloma humano, el HPV.
A inicios de los años 80, una nueva enfermedad comenzó a desconcertar al mundo: jóvenes sanos que de repente desarrollaban infecciones raras, cánceres inusuales y morían en pocos meses.
Parece sacado de una película de terror: una bacteria que devora la carne humana en cuestión de horas. Pero no es ficción. Se trata de Streptococcus pyogenes, el mismo microbio que suele causar una simple amigdalitis.
En 2003, un nuevo virus apareció en Asia. En apenas unas horas de vuelo, viajó a otro continente y encendió las alarmas globales. Era el SARS-CoV-1, el primer gran coronavirus del siglo XXI.
En 1976, un hotel de lujo en Filadelfia se convirtió en el escenario de un misterio médico. Un brote extraño mató a decenas de personas y dio nombre a una nueva enfermedad: la legionelosis.
Durante décadas, millones de personas recibieron transfusiones de sangre para salvar su vida…sin saber que, junto con la sangre, recibían también un enemigo invisible: el virus de la hepatitis C.
No hace falta un virus nuevo ni un brote repentino para hablar de pandemia. Hay una que lleva décadas creciendo en silencio: la de las infecciones de transmisión sexual.
Los faraones construyeron pirámides, templos y un imperio inmortal. Pero ni siquiera ellos pudieron escapar de un enemigo diminuto que acechaba en las aguas del Nilo: la malaria.
Una cena con amigos, un arroz recalentado… y unas horas después, vómitos explosivos. Bienvenido al ‘síndrome del arroz frito’.
Dentro de tu intestino vive una ciudad invisible: billones de bacterias que trabajan cada día para mantenerte sano. Y lo sorprendente es que podemos alimentarlas, cuidarlas… e incluso reforzarlas.
Los romanos conquistaron medio mundo con sus legiones, sus ingenieros y su disciplina militar. Pero también supieron usar un arma mucho más oscura: la enfermedad.
Imagínate descubrir un gesto tan sencillo que puede salvar miles de vidas…y que aun así, todos tus colegas te llamen loco. Esto le pasó a Ignaz Semmelweis, un médico húngaro del siglo XIX. Su ‘delito’: pedir a los médicos que se lavasen las manos.