
Llegado a Barcelona comuniqué a Isabel Roser mi inclinación de estudiar gramática. Yo tenía en Manresa un fraile, hombre muy espiritual, con el cual deseaba tratar para que me ayudase. Habiendo ido allá, me encontré con que el fraile había muerto, lo que me hizo volver a Barcelona, donde comencé a estudiar con harta diligencia. Pero una cosa me impedía concentrarme, y era que, cuando comenzaba a estudiar me venían muchos pensamientos de cosas espirituales que no podía avanzar. Aunque trataba de resistir, no podía desprenderme de ello.