Has recorrido los rincones del alma de Ignacio de Loyola. Él te contó su vida, sus peleas y sus resistencias interiores, sus extravíos y sus hallazgos, sus oscuridades más profundas y sus momentos de luz y claridad.
Fui de Roma a Monte Casino y ahí, durante cuarenta días, le di "Ejercicio" a Doctor Ortiz. Durante ese tiempo tuve una "visión" de que el bachiller Hoces entraba al cielo, lo que me ocasionó una gran emoción y consolación. De Monte Casino llevé conmigo a Francisco de Estrada y volvimos a Roma, donde me ocupaba ayudando a las almas. Estábamos todavía en el campo y daba "Ejercicios Espirituales" a varias personas al mismo tiempo.
Ya en Venecia, me ocupaba de dar los "Ejercicios". Las personas más importantes a las que les di los ejercicios fueron el maestro Pedro Contarini, el maestro Gaspar de Doctis, un español llamado Rozas y otro que le decían "El bachiller Hoces". El tal Hoces hizo los "Ejercicios" con notable devoción y al terminarlos, decidió seguir la vida que yo llevaba.
Partí solo hacía mi tierra y llegando a la provincia de Guipúzcoa, dejé el camino corriente y tomé el del monte. En el camino me encontré con dos hombres armados que eran sirvientes de mi hermano, que, habiéndose enterado de mi viaje, me mandaba buscar. Se esforzaron mucho por llevarme a casa de mi hermano, pero no pudieron obligarme, y así me fui al hospital y después, a una hora conveniente, a pedir limosna por el pueblo.
Partí a París, solo y a pie, llegando en el mes de febrero del año 1527 o 1528. Me instalé en una casa con algunos españoles, e iba a estudiar humanidades en Monteagudo. Estudiaba con los niños, según el orden y manera que tenían en París.
En Salamanca me confesaba con un fraile de Santo Domingo en el convento de San Esteban; que me dijo un día que los padres de la casa querían hablar con nosotros. Y así el domingo llegué con Calixto. Después de comer, el Subprior, en ausencia del Prior, con el confesor, se fueron con nosotros a una capilla, y el Subprior, comenzó que sabía que andábamos predicando como los apóstoles, y que les gustaría saber más en detalle de esas cosas. Así comenzó a preguntar qué es lo que habíamos estudiado y que predicábamos.
Llegado a Barcelona comuniqué a Isabel Roser mi inclinación de estudiar gramática. Yo tenía en Manresa un fraile, hombre muy espiritual, con el cual deseaba tratar para que me ayudase. Habiendo ido allá, me encontré con que el fraile había muerto, lo que me hizo volver a Barcelona, donde comencé a estudiar con harta diligencia. Pero una cosa me impedía concentrarme, y era que, cuando comenzaba a estudiar me venían muchos pensamientos de cosas espirituales que no podía avanzar. Aunque trataba de resistir, no podía desprenderme de ello.
Partimos al otro día y, llegados a Chipre, los peregrinos nos separamos en diversas naves. Había en el puerto tres o cuatro naves que iban a Venecia, viajé en un pequeño navío. Partimos y, a la tarde comenzó una tempestad, con lo que las naves se separaron unas de otras. El navío pequeño donde viajaba pasó por mucho peligro, pero al fin llegamos a tierra.
Llegamos desde Barcelona hasta Gaeta en cinco días. En cuanto desembarqué, comencé a caminar hacia Roma. De los que venían en la nave, me acompañaron una madre con su hija y otro joven. Ellos me seguían porque también mendigaban. Llegamos a un caserío, hallamos soldados junto a él, los que nos dieron de comer y beber. Después nos separaron; la madre y la hija quedaron en un cuarto, y a mí con el joven nos mandaron a un establo.
En Manresa pedí limosna todos los días. No comía carne ni bebía vino, aunque me lo dieran, salvo los domingos. En otras épocas me había preocupado mucho de cuidar mi aspecto personal y mi cabello, por lo que decidí dejarlo así no más, sin peinarlo ni cortarlo, de la misma manera y por el mismo fin, dejé que me crecieran las uñas de pies y manos.
Y así, cabalgando en una mula me dirigí a Navarrete donde cobré unos ducados que me debían y los repartí con algunas personas a las que me sentía obligado y el resto lo dejé en la imagen de Nuestra Señora de Aránzazu que estaba en mal estado. Habiendo cumplido estos pendientes me dirigí a Monserrat.
Hasta los 26 años de edad fui un hombre interesado en las vanidades del mundo. Me deleitaba en el ejercicio de las armas buscando siempre ganar honor y reconocimiento.
Estás a punto de iniciar un camino espiritual que te llevará a conocer el alma de un hombre que aprendió a descubrir a Dios en todas las cosas. Éste hombre es Ignacio de Loyola.