
Dejar atrás lo viejo no es simplemente renunciar a lo que fue. Es permitir que lo que ya no vibra con nuestra verdad se disuelva sin resistencia, como quien suelta una hoja seca al viento sin saber dónde caerá. Es afinar el tacto interior para reconocer lo que ya no nos sostiene, lo que pesa sin propósito, lo que permanece por costumbre y no por amor. Nos cuesta soltar porque hemos aprendido a aferrarnos, a temer el vacío, a creer que sin lo conocido no hay identidad. Pero el desprendimiento no se impone, se revela.
Tu amigo Israel Meza, que Dios te bendiga siempre y recibe un fuerte abrazo.