
En el corazón del relato bíblico del sacrificio de Isaac hay un mensaje que solemos ignorar: Dios no quiere sacrificios humanos. Nunca los quiso. La escena de Abraham e Isaac no es un modelo de obediencia ciega, sino una protesta divina contra toda lógica que exija sangre para asegurar poder, control o bendición.
Este episodio desmantela la creencia de que Dios exige sacrificios humanos y confronta las formas contemporáneas de violencia religiosa, incluyendo el uso de narrativas sagradas para justificar guerras como la de Gaza. Una lectura bíblica crítica para tiempos en que la muerte se normaliza.