
Amar a Dios y al prójimo no es una emoción ni un impulso pasajero: es una decisión consciente. En medio de la indiferencia, la polarización y la injusticia que atraviesan el Perú y América Latina, el evangelio nos invita a detenernos frente al dolor del otro.
Este episodio reflexiona sobre el mandamiento más grande —amar a Dios y al prójimo como a uno mismo— desde la parábola del buen samaritano, pero también desde las heridas actuales de nuestro continente: las comunidades olvidadas, las víctimas de la represión, los migrantes, los descartados.
Ser prójimo es elegir acercarse cuando otros pasan de largo. Es un acto espiritual, pero también político. Es decir “sí” al Reino y “no” a la indiferencia.