Mentir es algo que ni Fran Ramírez ni Javier Navarro-Soto soportan demasiado. Puede ser por las historias traicioneras que han contado a lo largo de los episodios, o quizá porque fue alguna de esas mentirijillas inocentes de la infancia el motivo por el que estuvieron a punto de verse obligados a cambiar de país e identidad. En cualquiera de los casos, son conscientes de que mentir es algo humano y, a veces, necesario. ¿Cómo puede uno decirle a su amiga que coquetea con algún trastorno del DSM5 que tiene un moco sin temer la posibilidad de que ese comentario desencadene un episodio de locura? Diciéndole que está estupenda, tal vez, y haciendo como si nada sucediera. En el último episodio de la primera temporada, se tratan todos esos temas y se llega a una única conclusión: harán falta otros diez episodios —dentro de poco volverán— para responder a todas las preguntas planteadas.
Hay tantas cosas favoritas en el mundo como personas existen en la tierra. Está el alumno favorito, que se encarga de apuntar quién es el más pedorro en la pizarra. Y también está el amigo favorito, que casualmente es quien te sigue el rollo y no quien te dice que eres una desgraciada y que resulta comprensible que todo el mundo te abandone. Quizá por eso, porque la sinceridad más absoluta es lo que caracteriza este podcast, Maldita Sea nunca se posicione en el Top 1 de Spotify. Eso no impide, sin embargo, que en el noveno capítulo Fran Ramírez y Javier Navarro-Soto hablen de sus cosas favoritas y lleguen a algunas conclusiones: lo bueno pesa; lo malo casi siempre pesa más.
Entender o no entender: esa es la cuestión. Si entiendes, puedes ser una persona que emplea muchas palabras esdrújulas en su discurso y que se las da de culta en algún congreso académico por el que ha tenido que pagar cincuenta euros para dar una ponencia. Si no entiendes, puede ser la persona más bimbo de la sala y grabar un podcast sobre ello. En el séptimo capítulo de Maldita Sea, Fran Ramírez y Javier Navarro-Soto se decantan por esta segunda opción y hablan de todas las cosas que no entienden —la estructura de los baños públicos, la radiación como concepto, la vida y la gente que hace que vivirla sea insoportable— y no llegan a ninguna conclusión. Porque no hay ninguna respuesta, pero sí hay —he aquí la prueba— muchísimas preguntas.
Dialogar ha sido, desde siempre, la mejor forma de desarrollarse como humano. Lo saben las profesoras de primaria que obligan a dos niños a que hablen entre sí para que uno perdone al otro por haberle clavado un punzón en el oído. Y lo saben, también, todos los hombres que en la cena de Navidad te recuerdan que eres un fracaso y que nadie va a quererte nunca para decirte, al ver cómo te bebes la botella de vino tú solito: ¡joder como estamos, si es que no se puede hablar! En el séptimo capítulo de Maldita Sea, Fran Ramírez y Javier Navarro-Soto hacen del diálogo el tema principal, y se plantean el uno al otro una serie de cuestiones. Descubren, así, que son mucho peores de lo que pensaban en un principio.
La pandemia más extendida entre los jóvenes no fue el COVID. La pandemia más extendida entre los jóvenes es, en todo caso, el FOMO. Una enfermedad que se manifiesta cuando tu amiga te dice que va a volcar de chorro esa misma noche y tú te has comprometido a quedar con otra amiga que te parece un poco pesada y que te quiere contar por decimoquinta vez lo triste que está porque han atropellado a su gatito. Un síntoma que te sacude cuando tienes clase un viernes a las siete de la tarde y ves, en una foto de Instagram que visualizas por debajo del pupitre, que alguien está en un concierto de algún grupo piojoso. En el sexto capítulo de Maldita Sea diseccionamos este problema generacional y comentamos algunas de vuestras experiencias sin olvidarnos de otras caras del FOMO, como el JOMO, que no es sinónimo de estar profundamente deprimido aunque pueda parecerlo.
Divagar siempre ha sido una herramienta útil para accionar la reflexión. Lo hacían los filósofos que salían a la calle para pensar y también lo hacían los personajes de las novelas modernistas con sus extensos flujos de conciencia. En el quinto capítulo de Maldita sea -ecuador de la quinta temporada-, Fran Ramírez y Javier Navarro-Soto también se proponen divagar, pero no lo hacen porque pretendan dar con una nueva teoría filosófica o porque aspiren a elaborar una reflexión nunca antes vista. Sencillamente, no se les ocurría un tema y el tiempo se les echaba encima. Sin guion, sin sentido y sin tapujos, este es, quizá, el episodio más natural hasta la fecha.
Está claro que Internet ha traído muchas cosas buenas: ha permitido que encontremos gente con gustos similares a los nuestros, ha facilitado el acceso a la cultura, e incluso a algunos de los que escuchan o llevan este podcast, allegedly, nos ha servido para enterarnos de que nos han puesto los cuernos. En el cuarto episodio de Maldita Sea discutimos cuáles son los puntos buenos y los puntos malos de Internet, y debatimos sobre cómo esta herramienta poderosísima llegó para quedarse en nuestras vidas hasta el punto en el que no somos capaces de hablar sin decir «same» o «lol» dos veces por minuto. No mencionamos en ningún momento los abismos de la deepweb —eso daría para otro episodio entero—, pero concluimos hablando de algo que da el mismo miedo: la gente que va de analógica y solo es una pija de cuidado.
Cambios. Cambios de todo tipo. De corte de pelo o de ciudad. De nombre o de carrera. De etapa vital, de gustos musicales, de grupo de amigos o hasta de pareja. Cambios incluso temporales, ahora que por fin estamos en octubre. Si algo caracteriza la experiencia humana es que está llena de cambios, pero no es lo mismo modificar algo porque lo quieres así de forma genuina que modificarlo porque tu ex te está haciendo luz de gas, tus amigas te dejan en leído porque consideran que estás ida por completo y la grasa del flequillo se te acumula sobre los ojos y te impide ver las cosas con un mínimo de claridad. En el tercer capítulo de Maldita Sea diseccionamos algunos de estos momentos decisivos y analizamos qué hay detrás de ellos. ¿Quién mejor para hablar de cambios que nosotros, al fin y al cabo, que tenemos 24 años años y no hay manera de que dejemos atrás la vida universitaria?
El perdón, como concepto, puede relacionarse con muchas cosas diferentes. Con la culpa cristiana, quizá, o con la necesidad de perdonar a nuestros padres cuando crecemos porque empezamos a verlos más como personas y menos como padres. También puede vincularse con el rencor, o con la urgencia de perdonarte a ti misma en un intento de ser una persona gestionada, o incluso con la negación a disculpar al chico que te ha hecho la vida imposible y por el que llevas sin ducharte tres semanas. En el segundo capítulo de Maldita Sea hablamos de todos los tipos de perdón, y no lo hacemos precisamente con la boca pequeña y estando cabizbajos porque pensamos que, si alguien pide disculpas de esa forma, lo más probable es que no tengáis que perdonarle.
Las casualidades se parecen un poco a la décima copa de vino de la noche: algo que puede entrarte muy bien o excesivamente mal. Conocer a tu amiga porque coincidís en una clase de la universidad, por ejemplo, o encontrarte con tu archienemigo porque ambos habéis ido al mismo bar el mismo día. En el primer capítulo de Maldita Sea hablamos de los diferentes tipos de casualidades y maldecimos, entre otras muchas cosas, no saber especificar la diferencia entre una casualidad y una coincidencia.
-
Instagram: @malditasea.podcast