A diferencia de los imperios terrenales y los gobernantes más poderosos de la historia, el reino de Jesucristo no tiene fin. Nuestro Señor nos ha librado del yugo de la oscuridad en el que vivimos a causa de nuestros pecados, y por Su gracia nos hace miembros de la realeza celestial, en la que los hijos de Dios vivirán eternamente. En nuestros corazones ya no gobiernan el pecado, la oscuridad, o la muerte, sino el majestuoso Hijo de Dios, Su amor, y Su perdón.
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