
La masacre en las favelas de Penha y Alemão, con 132 muertos, exhibe el rostro más brutal de la guerra interna que Brasil libra en nombre de la seguridad. Lo que se presentó como un operativo contra el crimen terminó siendo una carnicería que desnuda a un Estado que ha perdido el control y la legitimidad. En Chile, donde resurgen voces que prometen “militares en la calle”, este espejo resulta inquietante. La historia demuestra que la fuerza sin control no trae orden, sino miedo y descomposición. Porque cuando la autoridad sustituye la justicia por fuego, deja de proteger a los ciudadanos y empieza a destruir la democracia.