
“15 Volvió Balac a enviar otra vez más príncipes, y más honorables que los otros; 16 los cuales vinieron a Balaam, y le dijeron: Así dice Balac, hijo de Zipor: Te ruego que no dejes de venir a mí; 17 porque sin duda te honraré mucho, y haré todo lo que me digas; ven, pues, ahora, maldíceme a este pueblo. 18 Y Balaam respondió y dijo a los siervos de Balac: Aunque Balac me diese su casa llena de plata y oro, no puedo traspasar la palabra de Jehová mi Dios para hacer cosa chica ni grande. 19 Os ruego, por tanto, ahora, que reposéis aquí esta noche, para que yo sepa qué me vuelve a decir Jehová. 20 Y vino Dios a Balaam de noche, y le dijo: Si vinieron para llamarte estos hombres, levántate y vete con ellos; pero harás lo que yo te diga.”
Números 22:15-20
Pocas cosas pueden cegar la vista y el corazón del hombre como las riquezas terrenales. Desde la persona que se encuentra en una posición económica precaria, hasta la que es muy privilegiada económicamente, todas y todos somos vulnerables a ser cegados por la codicia o el amor al dinero. De hecho, en mi país hay un dicho que resume esta vulnerabilidad de una manera muy simple: “en arca abierta, hasta el justo peca”.
De hecho, el amor al dinero es tan peligroso que puede hacer que la mirada de las personas esté encadenada a los placeres y metas terrenales, cegándonos por completo en cuanto a los tesoros celestiales, que son mucho más importantes y cuyo valor es eterno, como lo dice Lucas 12:15-21