Jesús resucitó, ¡Cristo vive y te quiere vivo!
Aquél que algunos judíos esperaban fuera el liberador de Israel ha sido sepultado. Por las veces en que he olvidado que es necesario pasar por todas esas cosas para poder entrar en la gloria.
Y su cuerpo es puesto en brazos de su Madre. Por ese tierno Niño que tú nos diste una Nochebuena y que una mala tarde te devolvimos muerto por nuestros pecados.
No hay amor mayor que dar la vida por otro. Por la facilidad con que me olvido de cuánto me amas, Señor, cuánto me has dado, cuánto te costaron mis pecados. Por la poca importancia que doy a tu Pasión y Muerte que me ha redimido y por no darme cuenta de la necesidad que tengo de ser redimido por Ti.
Y desde la Cruz pidió a su Padre que perdonara a sus verdugos y que nos perdonara a nosotros. Por tantos perdones que yo he negado, por tanta represalias, por tantas venganzas que he tomado, por tanto resentimiento que conservo y que amarga mi alma.
Antes de crucificarlo, lo despojaron de sus vestiduras. Por las veces en que yo he despojado a otros de su fama, de sus bienes, de sus derechos, de su inocencia, de sus ilusiones…
Y por tercera vez hace un esfuerzo inmenso y se levanta. Por esas ocasiones en las que, ante las dificultades, me he desanimado y no he continuado en aquello que me has pedido a favor de los demás.
En medio de su dolor, Jesús no deja de preocuparse por la pena de aquellas mujeres. Por las veces en que me he dejado abrumar tanto por mis problemas, que me he olvidado de los sufrimientos de los que me rodean o se han acercado a mí.
No sabemos si tropezaste o si caíste por un empujón. Por las veces que con mi ejemplo hice que otros tropezaran y cayeran, y por las veces que deliberadamente los he empujado. Por las veces que por mi ejemplo, otros han pecado.
Aquella mujer fue valiente al limpiar tu rostro cruzando la fuerte guardia que te llevaba a empujones y jalones camino al lugar de tu Crucifixión. Y dejaste impreso tu rostro en su paño. Por las veces que no he visto tu rostro en los que sufren, en los abandonados y débiles, en los ancianos y enfermos.
Tuviste, Jesús, a Simón el Cireneo, quien –obligado- cargó la cruz contigo. ¡Qué gracia la de éste que cruzaba por tu camino al Calvario! Por las veces, Señor, que no me he dado cuenta que Tú has sido mi Cireneo, que has sido Tú Quien me ha ayudado a llevar mi cruz.
Tuviste, Jesús, el apoyo de tu Madre en la subida al Calvario. Ella no se quejó, sino que te acompañó en ese penoso camino. Por las veces que no he dado apoyo a otros en los momentos difíciles y por haberlos dejado solos en su vía crucis.
No es fácil llevar la cruz. Muchas veces cae uno vencido bajo su peso. Por las ocasiones en que he tardado tanto en levantarme y también por todos aquéllos que no quieren levantarse.
Simplemente se la echaron encima sin ninguna consideración, y Él no la rechazó. Por las veces que yo he dejado de llevar mi cruz y por las veces que he renegado de mis penas y enfermedades.
Por la envidia de los Fariseos y la debilidad de Pilato, Jesús fue juzgado injustamente y condenado a muerte. Porque yo también te he juzgado al reclamarte algo, Señor. Porque también te he juzgado al juzgar a mis hermanos.