El nombre de Jehová es santo y glorioso en sí mismo, y aunque fue profanado por la rebeldía de Su pueblo, Dios decidió exaltarlo no por mérito humano, sino por amor a Su propia gloria. Dios actúa para la exaltación de Su nombre, mostrando que la salvación no depende de la voluntad ni del esfuerzo del hombre, sino únicamente de Su gracia manifestada en Jesucristo, el Hijo enviado para redimir a los escogidos.
El nombre de Jesús revela la esencia misma de la obra redentora de Dios: Él es el Salvador prometido, el Dios encarnado que vino a cumplir el decreto eterno de rescatar a su pueblo. Isaías anticipó no solo su nacimiento milagroso, sino también su carácter divino mostrando su suficiencia absoluta, el Salvador prometido, Emanuel, es Dios mismo que vino a habitar entre nosotros. La salvación no depende del esfuerzo humano, sino de la iniciativa soberana de Dios manifestada en Cristo.
El plan de redención no fue una reacción divina ante el pecado humano, sino el propósito eterno de Dios, establecido antes de la fundación del mundo y cumplido soberanamente en Jesucristo. Desde Abraham hasta David, y finalmente en Cristo, Dios reveló progresivamente su pacto de gracia, mostrando que la salvación es obra exclusiva de Su voluntad, no del mérito humano. En Cristo, todo se concreta: Él es el Mediador prometido, el Cordero sin mancha que vino a redimir a su pueblo y a establecer un reino eterno de justicia y paz.
La promesa de Dios a David revela la fidelidad divina y la soberanía de su gracia en la historia de la redención. No fue David quien aseguró su trono, sino Dios quien, por su propósito eterno, estableció un reino inconmovible que halló su cumplimiento en Jesucristo, el Hijo de David. En Él, Dios manifestó su pacto eterno de gracia, asegurando que su reino y su justicia perduren para siempre.
Dios, en su soberana gracia, escogió desde la eternidad a un pueblo para sí, no por méritos humanos, sino conforme a su propósito eterno de redención en Cristo. La historia de Abraham es el inicio visible del cumplimiento del pacto de gracia, en el cual Dios promete una descendencia espiritual que culmina en el Mesías y se extiende a todos los que creen, por la fe en Jesús los hijos de Dios somos contados como justos.
La gracia de Dios no solo restaura lo perdido, sino que nos introduce en una nueva realidad: la comunión con Él. Desde el Edén, el hombre fue creado para caminar con Dios, pero el pecado rompió esa relación. Sin embargo, Dios no nos dejó en la oscuridad, sino que prometió redención. Jesús es esa promesa cumplida. Su nacimiento, vida, muerte y resurrección nos permiten volver a disfrutar de la presencia de Dios. Esta gracia no se gana, se recibe; y al recibirla, somos transformados en nuevas criaturas, llenas de gozo, propósito y adoración.
Jesús es Emanuel, vino a esta tierra para que podamos conocer a Dios y ser reconciliados con Él, solo por Jesús tenemos entrada al Padre Celestial y podemos decir que nuestra vida esta eternamente con Él, ahora debemos vivir por Él y para Él, este es el motivo de la Navidad, la celebración de que Dios vino a habitar entre nosotros, rescatarnos del pecado y reconciliarnos consigo mismo.
Jesús es el Salvador, vino a esta tierra a salvarnos de nuestros pecados, ya que éramos enemigos de Dios y estábamos separados de Él, solo Jesús el cordero de Dios podía recibir el castigo por nosotros y darnos una vida nueva, nos reconcilio consigo mismo a través de su muerte en la cruz. Jesucristo es el Salvador y por eso Él es el motivo de esta celebración.
Jesús es el Señor, Él es nuestro dueño quien nos compró con su sangre preciosa, Jesús me salvó de una vida lejos de Dios y me dio una vida en abundancia, ahora mi vida le pertenece y todo lo que hago debe ser para su gloria y su honra, no hay ningún otro nombre más alto que el de Jesús.
Jesús es el Buen Pastor, Él es quien tiene cuidado de cada uno de nosotros como un pastor cuida a sus ovejas, Jesús nos amó tanto que dio su vida por nosotros y ahora tenemos vida en abundancia por El, si somos sus ovejas debemos escuchar su voz y seguirle.
Decir que Cristo es el Cordero de Dios es presentarlo como aquél sustituto que dio su vida por nosotros, tomando sobre sí mismo nuestro castigo. Jesús llevó sobre si toda nuestra culpa y pecado, y pagó por nuestras desobediencias, el precio de nuestra vida fue su sacrificio en la cruz.
Jesús es Dios, Él es el creador de todas las cosas sin Él nada existiría porque Él es el autor y consumador de la vida. Jesús es el motivo por el cual celebramos la Navidad, ya que al reconocer quien es Él y al entender que sin Él estaríamos muertos, no cabe en nuestros corazones, mas que gozo y agradecimiento por su amor.
Solo por la obra de Jesús podemos estar seguros de que la Gracia de Dios se manifestó en nuestra vida. La Navidad es una época especial porque a pesar de no merecer nada mas que el castigo de Dios, Él nos regaló por amor la salvación y nos hizo nuevas criaturas para su gloria.
La Navidad es una época de fe, porque es por la fe que podemos estar seguros de la salvación, seguros que Cristo vino a esta tierra, aunque no lo podamos ver. En esta Navidad vivamos por fe y no por vista.
Podcast 6 Jesús la Luz del Mundo
La Navidad es una época de amor porque celebramos que el Salvador del mundo vino a esta tierra, el reflejo más grande de amor, Dios envió a su hijo a salvarnos cuando éramos pecadores y despreciábamos a Dios. En esa primera Navidad se mostró el amor de Dios al venir a esta tierra a rescatarnos.
La Navidad es una época de paz por que celebramos que el Salvador del mundo vino a esta tierra para reconciliarnos con Dios y traernos paz para con Él. Todos nosotros estábamos separados de Dios éramos enemigos de Dios y su ira estaba sobre nosotros. Mas Jesús nos reconcilio consigo mismo.
El ángel de Jehová trajo nuevas de gran gozo para el mundo entero, vino a anunciar que Jesús nació, El Salvador del mundo vino a esta tierra para rescatarnos del pecado y de la maldad en la que vivimos. Es por esta razón que celebramos la Navidad, recordamos que nuestro Señor Jesús vino a mostrar su amor, por eso podemos celebrar con gozo.
Todo lo que este mundo ofrece es pasajero; hoy existe y mañana puede desaparecer. Incluso nuestra vida terrenal tiene un fin. Pero Dios es eterno, y en su amor y misericordia nos dio la vida eterna a través del sacrificio de Cristo, quien pagó con su sangre por nuestros pecados. Como hijos de Dios, debemos comprender que fuimos creados para la eternidad, para vivir por siempre junto al Señor. Por eso, nada de lo que el mundo ofrece puede compararse con su gloria; vivamos cada día para honrarle, con la mirada puesta en Él.
La gracia de Dios nos transforma, no solo perdona, sino que renueva profundamente el corazón humano. No se limita a borrar el pasado, sino que produce una nueva creación: cambia la mente, sana las heridas, y despierta un amor genuino por Dios y por los demás. Esta gracia no se gana, se recibe; y al recibirla, todo nuestro ser se inclina en adoración, reconociendo que todo lo bueno proviene del Señor. La gracia quebranta nuestro orgullo y nos levanta para vivir con propósito. Solo por gracia el pecador se convierte en una nueva criatura, testigo de la gloria de Dios.